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RELATO DE FICCIÓN

28/04/2020

Escrit per: ELENA MARTICORENA GRANIZO

Juana tiene dos hijos y para sacar adelante a su familia ha trabajado como limpiadora durante más de veinte años. Cursó los estudios básicos y los populares cursos de mecanografía del momento. No consiguió entrar en ninguna oficina, bien porque no tenía padrino o bien porqué era una mujer. Se casó joven y tuvo dos hijos. El mayor, Álvaro tiene ahora treinta y dos años y es encargado de unos grandes almacenes. Estudió derecho, pero con los pocos ingresos de su madre y sus trabajos de verano no consiguió el dinero suficiente para cursar el máster de abogado. Entró como reponedor en un supermercado y poco a poco ha encontrado su sitio, con cierta responsabilidad y sobre todo independencia. Paula es la hija menor, estudiante de máster de profesorado y cuidadora de niños. Terminó la diplomatura de magisterio hace tiempo, pero estuvo trabajando como profesora de apoyo y clases extraescolares hasta que consideró que podía invertir el dinero ganado en el máster y en unas futuras oposiciones. Paula aún vivía con Juana, se hacían compañía aunque muchas veces no coincidían en casa.

Juana se separó de su marido al poco de comenzar Paula el colegio. Tenían muchas disputas, y lo que es más importante, el dinero ya no llegaba igual en casa y Juana sospechaba que su marido lo gastaba en apuestas. Algunos vecinos ya le habían advertido más de una vez que le habían visto rondando por las casas de apuestas que por entonces había en el pueblo. Hoy son muchas, pero hace veinte años era fácil detectarlas.

Como siempre había sido su marido quien trabajaba, mientras ella quedaba al cargo de la casa y los hijos, Juana se puso a buscar trabajo. Tenía muy buenas amigas así que unas por otras le consiguieron varias casas donde pudo empezar a limpiar. Poco a poco fue conociendo contactos y tras varios años consiguió entrar en una empresa que daba servicios a centros hospitalarios. En 2010, cuando la crisis golpeaba con fuerza España, Juana empezó a trabajar en el Hospital Puerta de Hierro de Majadahonda. Y ahí se quedó. Le gustaba su trabajo, conocía a mucha gente y se sentía útil, respetada y querida.

Cuando el 15 de marzo se declaró el estado de alarma y toda la realidad vivida hasta el momento cambió por completo, Juana fue de las que dio un paso al frente. Quería ayudar en todo lo que fuera posible. Ya era responsable de un equipo de limpieza y se dejó día a día la piel para que la desinfección en el hospital llegase a cada rincón. Hizo turnos de 12 horas, ayudó a compañeros, animó a quienes más lo necesitaban y le pidió a su hija que se marchara con su hermano, ya independizado, para evitar contagios. Iba a trabajar en una zona de riesgo permanente y no quería poner en peligro a su familia.

El 15 de abril comenzó a sentirse débil y cansada. Los días pesaban mucho y las fuerzas flaqueaban a todos en algún momento. Sin embargo no eran las fuerzas, sino la fiebre la que hacía que le costara seguir hacia delante. Primero fue la tos, después los dolores de tripa, la pérdida del olfato y del gusto, las ganas de comer y después ya todo se volvió imposible. No pudo seguir trabajando, y como una paciente más, ahora fueron sus compañeros los que la cuidaron hasta que los síntomas del coronavirus cesaron. Pero se recuperó. Salió adelante y hoy descansa en su domicilio hasta que tenga tantas fuerzas como antes del inicio de la pandemia para volver a luchar contra el virus. Sus hijos quieren que se tome un descanso, han estado muy preocupados por todo el sacrificio hecho. Pero para Juana ha merecido la pena, porque siente que con su esfuerzo ha contribuido a que la lucha sea un día más corta.

VENCEREMOS. ÁNIMO, FUERZA. (Relato de ficción)

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