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La vida de la chica que se sentaba al final del autobús.

31/03/2020

Escrit per: A

Siempre fui curiosa, risueña y con un carácter despeinado. Como mi pelo. Religiosamente, cada finde me lo pasaba bailando en la escuela de baile con mis amigos/as y disfrutando del sudor y del esfuerzo, que solían dar sus resultados. Pronto llegó la etapa adulta, y las canciones de hip hop se cambiaron por libros y exámenes para entrar en la universidad. El primer amor, el primer trabajo, las primeras despedidas. Un pollito saliendo del cascarón. El primer cascarón. La carrera de Historia no fue para nada como lo esperaba, así que andube de aquí para allá soñando con otros países, otras lenguas, otras culturas…, entre enfados de mi madre y mi padre porque era demasiado joven y quería volar muy pronto. Y…”todo a su debido tiempo”. Como un polluelo hambriento, me debatía entre los brazos de la familia y las aventuras que mi cabeza me dibujaban, en las que conocía paisajes preciosos, comidas exoticas y canciones alegres.

Lo que parecía eterno… pasó en un abrir y cerrar de ojos. De pronto, pasé de los 17 a los 23, pam!. Me entra el pánico solo de pensarlo. En esos años.. rompí varios cascarones más, varios miedos, decepciones, obstáculos, metas, sueños… Aún me acuerdo de todos los trabajos por los que pasé… en una panadería, una pastelería, un bar.. un restaurante… y de repente, empecé a llorar  (suelo hacerlo cuando algo va mal, bueno, lo hace mi cuerpo, es como me dice que tengo que hacer cambios en mi vida… y el juego es averiguar qué es lo que no le gusta de mi vida). Para ese entonces, dedicaba 40h semanales a trabajar en un restaurante en turno partido a 1h de mi casa en transporte público, y acababa a las 12 de la noche cada día. Pero el problema es que no era feliz. Mis anhelos de viajar seguían ahí, calladitos porque me había empeñado en atarlos y taparles la boca para no escucharlos. Las lágrimas eran suyas. Mis sueños seguían ahí, esperando que les hiciera caso. Parece que pronto nos acostumbramos a un salario, a una vida monótona y a renunciar a cosas que nos despiertan el alma, que nos remueven por dentro. En la gran Barcelona, a veces la vida pasa demasiado rápido.

Mucho me costó, pero era una decisión que mi inconsciente ya había tomado, así que … reuní las fuerzas y me fui a estudiar fuera. Estudié algo que implicaba viajar, moverme y vivir en otros sitios por lapsos de algunos meses al año (necesitaba miles de años de prácticas por los que te daban becas o sueldos irrisorios… pero era lo que me gustaba). Me fui y empecé a deshacer prejuicios sobre las otras personas, que si en ese país son raras…(mentira), que si en ese otro son vagas…(mentira)… que si en ese otro nunca quieren cambiar…(mentira), que si en el nuestro lo hacemos todo bien… (mentira)… y tantas tantas mentiras que iba destapando con cada con cada persona que conocí en el camino, con cada historia que escuché, con cada tradición que observé, con cada plato típico que comí…

Y una vuelve a su casa, porque su casa siempre es su casa, y después de cada viaje, el bolsillo se vacía y siempre mamá y papá, por mucho que odien que te vayas, te aman con locura y te aceptan. (Y te engordan porque siempre te ven delgada y saben que como en casa no comes en ningún sitio-salvo en casa de la abuela, ella sí que sabe de engordar a sus nietos/as..). El caso es que vuelves, y te reciben con su mejor sonrisa. Y te preguntas a ti misma porqué te fuiste tan lejos si lo mejor lo tenías en casa. Y es así. Cada viaje… si le das su tiempo y lo observas con los ojos de niño/a… te muestra cosas maravillosas, te cambia por dentro, te hace cuestionarte y darte cuenta de que lo que te han enseñado desde que eras una renacuaja, no era la única forma, en otro lugar enseñan lo contrario, y todo está bien. En cada viaje, aprendes. Cada vez que cambias de lugar.. valoras todo lo que tienes en casa que no tienes ahí y, sobretodo, agradeces.

La verdad, sigo moviéndome, dudando cada día de si mi profesión y estar lejos de mi familia es lo que realmente quiero. Doy gracias por ellos/as y sigo moviéndome, pues es un dilema complicado decidir entre lo que a una el alma le pide y el amor incondicional a su familia. Quizás haciéndoles pensar (sin querer) que puede que un día me enamore lejos, y tenga que vivir en otro lugar… Sin embargo..contra más mayor me hago, contra más me muevo, contra más conozco,… más me doy cuenta de que soy de la tierra que me ha visto nacer y que ahí vuelvo siempre y es dónde quiero envejecer.

Destino—> casa

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